En la actualidad, la conectividad, inmediatez e información a las que se puede acceder mediante las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) está presente en todos los ámbitos de la sociedad. Jóvenes y adultos están más conectados que nunca. Puesto que estas nuevas tecnologías se han convertido en indispensables en la vida de niños y adolescentes, se debe reflexionar sobre el efecto que tienen en ellos y el cambio en la forma de relacionarse con el mundo por su utilización.
El 99,5 % de los hogares españoles dispone de al menos un teléfono móvil (INE, 2023), cifra que no se aleja del 86,4 % de adolescentes (de 15 a 19) que también cuenta con uno (Gómez-Miguel y Calderón-Gómez, 2022, p. 10). Incluso entre los niños de 10 a 15 años un 70 % tiene smartphone propio. Según la Fundación Adsis (2022, pp. 17-21), los jóvenes entre 11 y 14 años utilizan desde pequeños una amplia gama de dispositivos electrónicos (teléfonos móviles, tabletas, portátiles, videoconsolas…) y de aplicaciones relacionadas con la comunicación y el entretenimiento (WhatsApp, Instagram, Tiktok, Youtube y diversas plataformas de streaming). Un 25 % de los encuestados utiliza dichas apps más de 5 horas diarias.
El uso de la tecnología afecta a cómo los adolescentes se relacionan. Sus interacciones han cambiado debido a la influencia de las redes sociales y otras plataformas digitales (Quiroga Méndez, 2011). Estas nuevas formas de comunicación conectan a millones de personas al día, permitiéndoles compartir sus ideas, intereses y experiencias instantáneamente. De esta manera, los jóvenes fomentan su personalidad e identidad mediante la creación de distintas comunidades y la publicación de contenido con el que se identifican o con el que disfrutan (Fernández Rodríguez y Gutiérrez Pequeño, 2017, p. 186). Lo ocurrido en redes se convierte en una extensión de sus hábitos sociales habituales.
No obstante, la edad a la que se accede a estos espacios es cada vez más temprana. Los jóvenes son especialmente sensibles tanto a las ventajas y al sentido de comunidad que traen las redes sociales como a la exclusión que pueden provocar. Giedd (2020) afirma que la exposición continua a la tecnología digital puede tener impacto en áreas del cerebro relacionadas con la regulación emocional y la toma de decisiones, por lo que no es de extrañar que los jóvenes, expuestos constantemente a estos medios y a otras tecnologías similares no sean totalmente conscientes de los peligros que sus interacciones a través de estas plataformas entrañan.
La relación que existe en la vida de los adolescentes y niños entre el mundo online y offline es cada vez más cercana. Esto puede provocar en los jóvenes sentimientos como el de FOMO (Fear of Missing Out), una gran presión para estar al día de todo lo ocurrido en redes y evitar así su exclusión de las comunidades a las que pertenecen. De ahí que un 30,6 % de los jóvenes encuestados por la Fundación Adsis (entre 11 y 21 años) reconozca hacer un uso compulsivo de las redes sociales. Es decir, hay una tendencia en aumento hacia la adicción tecnológica. Esto parece tener relación con la constante publicación de información personal delicada, lo que causa una grave falta de privacidad y genera preocupantes riesgos a la integridad del menor. En su afán de conectar con otros, ignoran las acciones con las que ellos mismos vulneran su intimidad en la red.
Por otro lado, la introducción de la tecnología en las aulas ha aumentado notablemente los beneficios que aporta. A pesar de que esta inclusión está tardando más tiempo del que muchos expertos habían previsto, la pandemia de COVID-19 ha acelerado la creación de planes específicos para su integración en los centros educativos y la vida de sus alumnos (Ballesteros Guerra y Gómez Miguel, 2022, p. 51). No obstante, algunos defensores de métodos pedagógicos alternativos, como las escuelas Waldorf, rechazan de pleno el uso de las TIC por los posibles efectos neurológicos en los niños y adolescentes.
En estudios como el de Hutton et al. (2020) se ha encontrado una relación negativa entre el tiempo de pantalla de niños preescolares y la integridad de la materia blanca cerebral, sugiriendo efectos adversos en el desarrollo y la conectividad en esta etapa vital. Además, se ha especulado sobre una posible conexión entre la exposición excesiva a medios digitales durante la infancia temprana y el aumento de trastornos como el TDA (Quiroga Méndez, 2011, p. 150).
El uso indebido de las TIC entre los jóvenes está muy extendido. Muchos experimentan problemas de concentración cuando incorporan las tecnologías en su estudio, ya sea por dificultades técnicas, por desconocimiento o por utilización incorrecta de las distintas herramientas con las que se trabaja en clase (Megías Quirós, 2021, p. 98). También se encuentran con grandes dificultades para discernir la información fiable de las fuentes incorrectas o con sesgos ideológicos. Por tanto, no se aprecia una autonomía suficiente para que los niños y adolescentes puedan aprovechar la tecnología adecuadamente. Como explica Casañ Núñez (2024), ante esta falta de pensamiento crítico y capacidad de resolución de problemas, numerosos alumnos utilizan la inteligencia artificial para responder las preguntas que su profesor ha preparado, sin pensar críticamente en la respuesta generada por el programa informático.
Por todo esto, los jóvenes carecen de habilidades tecnológicas específicas que les permitan realizar un uso adecuado y responsable (Megías Quirós, 2021, pp. 103-104). Ahora bien, no son solo los niños los que se enfrentan a dificultades al incluir las TIC en los centros educativos. El profesorado y los progenitores también tienen carencias respecto al uso de estas innovadoras tecnologías. Sin ir más lejos, los EVA (Entornos Virtuales de Aprendizaje) parecen estar implantados en muchos centros, pero su utilización es baja por la falta de formación de los docentes y su desconocimiento de la herramienta. La “brecha digital” es todavía uno de los mayores desafíos en cuanto a las TIC en lo que a educación se refiere. El acceso a la tecnología (o, concretamente, la calidad de esta) no es tan positiva como los datos del INE podrían indicar, especialmente en el seno de las familias con pocos recursos.
A pesar de todo esto, las TIC pueden ser de gran ayuda si se utilizan adecuadamente. Siempre que se entienda su funcionamiento y los posibles problemas que se deben evitar para que los jóvenes estén protegidos, las nuevas tecnologías pueden ser una herramienta útil para la comunicación y la educación. A fin de que esto sea posible, los organismos oficiales deben ser proactivos en la búsqueda de soluciones prácticas.
En educación, el profesorado y los responsables de la integración de las tecnologías deben preguntarse cuándo es verdaderamente necesario introducir las TIC en las aulas. Así se podría evitar que la exposición a las pantallas de los niños sea excesiva. Por otro lado, es necesaria una formación integral del cuerpo docente y del alumnado para conseguir su correcta utilización. La privacidad, la identificación de información falsa, la resolución de problemas técnicos y, sobre todo, el pensamiento crítico son herramientas esenciales. Esta instrucción se puede introducir progresivamente para que crezcan con ella, pero hasta que alcancen un nivel de madurez suficiente para tomar sus propias decisiones en Internet, es conveniente que los padres y los profesores regulen este uso para que no haya daños permanentes en los más pequeños.
En cuanto al uso de la inteligencia artificial, como García-Peñalvo (2023, p. 7) explica:
Quizás el problema no esté en la herramienta en sí, sino en la esencia de ciertas tareas educativas que pueden haber quedado obsoletas en la mayor parte de las ocasiones que se emplean, lo que invita a abrir un incómodo debate sobre un posible cambio del papel que debe jugar el profesorado.
Con una enseñanza moderna y en línea con los avances tecnológicos, tanto alumnos como docentes pueden verse beneficiados. Asimismo, toda esta instrucción puede ser útil para lograr unas prácticas en redes sociales más sanas.
En conclusión, ante todas estas dificultades en el ámbito educativo como en el social se podría pensar que las TIC no implican ninguna ventaja real para los jóvenes y se debería prescindir de ellas. No obstante, con la velocidad a la que cambia y mejora la tecnología sería un error ignorar las posibilidades y avances que trae por el desconocimiento de su uso correcto. En lugar de rechazar las nuevas tecnologías totalmente, se debe entender su funcionamiento y destinar recursos para que los actuales problemas se solucionen.