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Elogio del silencio

por | Oct 30, 2023 | Filología, Filosofía

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO

Barquín Gómez, D. (2023, 30 de octubre). Elogio del silencio. VIRTUAM. https://virtuam.net/2023/10/30/elogio-del-silencio/

La identificación de la diferente forma de plantear el silencio es la razón de ser de este artículo. Comenzaremos con la tendencia a enmudecer de un copista de profesión que da muestra de una extraña resistencia a su entorno. Continuaremos con los campesinos que contemplan el silencio como respuesta sabia ante el menosprecio de las crónicas. Finalizaremos con el poeta, asombrado por el caudal de vida que afluye de pequeñas criaturas silentes.

I.

En el relato breve Bartleby, el escribiente (1853) de Herman Melville, el narrador, abogado con despacho profesional en Wall Street, solicita al empleado Bartleby que examine un documento que ya ha sido objeto de copia manuscrita, ante lo que él responde «preferiría no hacerlo» (Melville, 2002, p. 10). Bartleby, diletante de la cantidad exacta de palabras, no parece estar afectado por ningún tipo de trastorno del habla, o de dificultad auditiva, y así también lo cree su empleador: «me daba la impresión de que mientras le hablaba, él meditaba cada una de mis propuestas, comprendiendo por completo su significado» (Melville, 2002, p. 12).

El abogado siente curiosidad por esta extraña —e inquebrantable— resistencia y no pone fin a la relación contractual pues quizá desee resolver el nuevo caso que ha entrado en su despacho en forma de empleado testarudo —¿qué de útil puede haber en dejar de hablar?— o, tal vez, pretenda desentrañar la causa de la negación no violenta, formulada con educación pero con firmeza, porque probablemente ha visto en el escribiente algo de lo que él adolece: la maestría de escuchar el matiz, de apreciar lo contrario de lo utilitario, es decir, aquello que se hace por sí mismo sin una intención posterior y que no tiene cabida en lo funcional, en la lógica del dinero, en el ajetreo continuo del distrito financiero de Wall Street.

II.

En una coordenada geográfica más cercana, Miguel de Unamuno, en La tradición eterna, el primer ensayo que articula En torno al casticismo (1902), identifica el silencio como respuesta sabia ante la crisis social y económica a través de los campesinos de principios del siglo XX, ajenos al ornamento de las palabras, que sencillamente trabajan el campo sin meditar en exceso sobre la propia labor. Unamuno no levanta acta de una manera de ser, sino que está visibilizando una forma de entender. A su juicio, entonces, el pueblo que mejor conoce su esencia es aquel callado, cuyo valor gravita en la capacidad de haber conservado la identidad, a pesar del silenciamiento al que ha sido sometido.

Unamuno, frente a la ruidosa novedad del periodismo o las provisionales palabras de las crónicas de la capital, contrapone la reciedumbre de las gentes depositarias de la tradición histórica. Tal tradición —que no está en manos de historiadores o de cronistas— parece así estar viva en la realidad silente del orbe rural, intuitivo, materialmente pobre, y alejado de «lo civilizado». El escritor valora la fuerza del silencio —el silencio con presencia— del pueblo depositario de la «sustancia» de la historia: «en este mundo de los silenciosos, en este fondo del mar, debajo de la Historia, es donde vive la verdadera tradición, la eterna, en el presente, no en el pasado, muerto para siempre y enterrado de cosas muertas» (Unamuno, 2017, 50).

III.

El mismo año en el que Miguel de Unamuno recopila los ensayos que integran En torno al casticismo, el poeta Hugo von Hofmannsthal, en Carta de Lord Chandos (1902), idea el silencio como capacidad sensitiva, y lo hace en un contexto de Fin de Siècle en el centro de Europa.

En su búsqueda de la forma estética perfecta, el personaje de Lord Chandos recompone su propia subjetividad, al aflorar en él un sentimiento de compasión hacia otros seres vivos e inertes que habitan en su finca. En este sentido, escribe: «un cementerio pobre, un lisiado, una granja pequeña, todo eso puede convertirse en el recipiente de mi revelación» (von Hofmannsthal, 2001, p. 43). El despertar que experimenta el protagonista —léase, von Hofmannsthal— cambia su modo de mirar el mundo y le hace sentir una extraña familiaridad incluso con los pequeños seres que le rodean. Muestra, de esta manera peculiar, su preocupación por la insuficiencia del lenguaje que parece conducirle, irremediablemente, al silencio.

Al final de la carta, Lord Chandos hace balance de la experiencia: descubre palabras renovadas, un código que renuncia a sí mismo. El precio de esa experiencia es el silencio pero también —en términos benjaminianos— la sustitución del lenguaje meramente pragmático por otro espiritual, que aporta un encuadre inefable del mundo.

***

Hemos identificado lo que podría denominarse «silencio elegido» en oposición al silencio impuesto o exigido «desde fuera», ese que tantas voces silencia en el desasosegado mundo actual. El silencio voluntario —e intransferible— requiere necesariamente de las palabras, precisamente por ser elegido, pues podría no darse y ello implica que las palabras son imprescindibles.

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