Recientemente, tras el derrumbe de los bancos Silicon Valley y Credit Suisse (CincoDías.ElPais.com), se han vuelto a sentir ecos de la crisis financiera de 2008. Ambas entidades han tenido que ser rescatadas por sus respectivos países (EEUU y Suiza), inyectándoles la liquidez suficiente para poder hacer frente al pago de los depósitos monetarios de sus clientes. Esta situación, aunque tiene una escala inferior a lo que aconteció en 2008, sin embargo, sí que refleja la actual dinámica del sistema capitalista. Veremos, apoyándonos en diferentes autores y a través de una metáfora, cómo este sistema capitalista, utilizando una serie de relatos interesados, hace que el dinero se evapore de manos de las personas y de algunas instituciones bancarias.
Asimismo, veremos algunas consecuencias que este sistema provocó en España durante la crisis de 2008, donde se mermó el estado de bienestar afectando a la vida de millones de personas, en aras de favorecer un modelo de capitalismo, que está potenciando la obtención del beneficio empresarial a través de una especulación bursátil, que fluctúa como el vapor de agua al antojo de unas pocas manos.
El relato
Resulta sorprendente el poder con el que el ser humano es capaz de dotar a sus herramientas. Tal es el caso del dinero, cuyo poder es tan grande que, paradójicamente, es capaz de instrumentalizarnos hasta hacer que, en buena medida, muchas de las acciones de nuestras vidas giren en torno a esta herramienta de valor de cambio. Para que esta opere con efectividad, debemos depositar en ella una confianza ciega. Ya que, el dinero, en sí mismo, no alimenta, ni viste, ni siquiera nos da wifi. Sin embargo, sí que proporciona estos bienes y servicios, de ahí la importancia que tiene el relato de una realidad virtual del plano económico (Carrier y Miller 1998). Es decir, todos debemos creer en su valor y en su indispensabilidad, para usarla como valor de cambio a la hora de adquirir bienes y servicios. Asimismo, debemos asumir sus constantes fluctuaciones de valor.
Para poder llevar a cabo este sistema capitalista y mantener la creencia en el relato, es necesaria la existencia de un “sistema mundo” como el que nos propone I. Wallerstein (1977), donde existen unas reglas circunscritas a un contexto geopolítico global y donde hay una interdependencia entre todos sus componentes. Dicho sistema se sustenta en un claro desequilibrio, puesto que unos (pocos) se nutren de otros (muchos), y esto se mantiene a través del relato, que responsabiliza a cada cual de la situación propia, tanto a nivel estatal, como a nivel particur.
Los estados del dinero
Atendiendo al necesario relato para mantener la fe en el dinero, vemos cómo se le atribuyen cualidades esenciales a través de metáforas. Así es, cuando denominamos al dinero como líquido (liquidez bancaria, caudal económico…); también, cuando decimos metálico o cuando le llamamos capital. En relación con la utilización de estas metáforas, vengo a proponer los diferentes estados del dinero. Estos son: el sólido (metálico), cuando las personas lo utilizamos; el líquido, cuando lo ingresas en una sociedad bancaria; y el gaseoso, cuando forma parte de la especulación financiera.
Centrándonos en el estado gaseoso del dinero, vemos cómo los bancos tienen fe en poder sacar el máximo rendimiento en el mundo bursátil, a través de transacciones a corto plazo y con un alto grado de especulación, lo que Karem Ho (2009) definió como “capitalismo de casino”. Pues bien, el siguiente paso sería la evaporación del dinero. De manera que, concediéndole al dinero los tres estados y el estatus de bien esencial, propongo un símil basado en el juego para explicar lo que pasó en 2008 con el dinero de las personas.
Como si de un juego de trileros se tratase, las personas introducen un bloque sólido de hielo dentro del cubo de un trilero, que sería la entidad financiera; este bloque pasa a estado líquido en cuanto el trilero empieza a moverlo por la mesa. En este momento el inversor todavía no lo ha perdido de vista, ya que va dejando rastro. Ahora bien, llega un momento, como vimos durante la crisis financiera, en que la “mano visible” que diría Chandler (2008) mueve los cubos a tal velocidad que el líquido pasa a estado gaseoso, convirtiéndose en vapor de agua, de manera que cuando el inversor levanta el cubo para recuperar su dinero, este se ha evaporado. Esto no significa que haya desaparecido, ya que, igual que cuando se evapora el agua de un lugar, llueve en otro; nuestro dinero aparece mágicamente en las cuentas (normalmente paraísos fiscales) de otras personas o entidades más poderosas.
La sequía
Continuando con el símil del agua, las consecuencias que este tipo de economía tiene sobre las personas se traduce en una sequía, en este caso del estado del bienestar que afecta a las necesidades vitales de muchas personas. Esto se puede apreciar desde diferentes planos y para abordarlo tomaremos algunos ejemplos de lo que aconteció durante la crisis de 2008 en España.
Durante este periodo, pudimos asistir a la pérdida del dinero de miles de clientes de la entidad financiera Bankia. Estas personas contrataron, sin saberlo, un producto financiero sujeto al juego de los trileros y cuando el sistema se vino abajo, durante la tormenta perfecta en la que gran parte del capital que había invertido en la bolsa se evaporó, dichas personas se quedaron sin el dinero que habían depositado en la entidad.
También, fuimos testigos de cómo se produjo una crisis hipotecaria. Muchas personas, siguiendo el relato virtual económico en el que las viviendas eran un valor seguro al alza, fenómeno similar al bursátil, empezaron a considerar la compra de vivienda como valor de cambio, además de su valor tradicional de uso. Esto provocó una inflación en el precio de la vivienda, hasta que se produjo el desplome de los precios (burbuja inmobiliaria). Además, la falta de trabajo y las fuertes subidas del tipo de interés (Euribor) provocaron que muchas personas no pudieran pagar sus cuotas (Azis 2019), lo que derivó en una profunda crisis que afectó a diferentes esferas de la sociedad.
Por un lado, los bancos se encontraron con una falta de liquidez tan grande que cuestionaba su viabilidad, lo que condujo al rescate bancario por parte del Estado español (y de algún país más). Y del otro lado, muchas personas tuvieron que adoptar estrategias radicales para poder afrontar el pago de sus cuotas que, además, en muchos casos fueron insuficientes, propiciando una realidad aún más dura, ya que, después de entregar la vivienda, aún les quedaba una deuda con el banco, debido a la devaluación del precio de la vivienda.
Retomando el rescate bancario, parece lógico pensar que no le saldría gratis al ciudadano. El Estado tuvo que tomar una serie de medidas que afectaron negativamente al grueso de los ciudadanos y principalmente a los más desfavorecidos. Estas afecciones se dieron al menos en dos sentidos. En primer lugar, se produjo una serie de recortes dentro de las instituciones públicas, como en la sanidad pública, cuya pérdida de inversión pasó de ser de más del 17% de los presupuestos del Estado a menos de un 14% (Bandrés&González 2020). Esta medida supuso que hubiera menos gente trabajando, salarios congelados y un empeoramiento de los servicios institucionales. Otras afecciones tuvieron que ver con el deterioro de las condiciones laborales.
Estas medidas forman parte de una dinámica relacionada con un tipo de economía posfordista, que se viene dando desde hace unas décadas, en la que la rentabilidad empresarial (su valor en bolsa) se basa en el deterioro de la calidad del empleo, así como el aumento de despidos y en una menor tasación de impuestos (Wallerstein 2006). Dicho modelo precisa de una serie de legislaciones facilitadas por los Estados, que creen medidas que favorezcan la productividad de las empresas en detrimento de las condiciones laborales de los trabajadores y del estado del bienestar.
En España, las medidas se adoptaron con la “reforma laboral” de 2012. Se abarataron los despidos y se facilitaron las condiciones para contratar a tiempo parcial, algo que se vendió como una flexibilización laboral para la conciliación laboral y familiar. No obstante, como expone Rivas (2006) se trata de una ventaja para las empresas, que consiguen abaratar costes a través de una mayor productividad al alcanzar sus objetivos sin tener que asumir los salarios de jornadas laborales a tiempo completo. Un signo más de los intereses contrapuestos entre el sistema capitalista y las personas que lo conforman.
Conclusión
Podríamos concluir que el dinero, al igual que el agua o la energía, ni se crea ni se destruye, simplemente se mueve o cambia de estado. Pero, sobre todo, lo que se puede concluir es que, cuando ese dinero se concentra en menos manos, la factura la acaba pagando el ciudadano de a pie, principalmente las personas más vulnerables, que tiene que dar un paso atrás en sus condiciones de vida, concediendo una parte de sus necesidades vitales, en aras de favorecer intereses capitalistas y todo ello con la connivencia de los Estados.