El auge de las redes sociales, en especial de tiktok, ha supuesto una aceleración en las tendencias, que ahora se extienden por el planeta con la misma rapidez con la que desaparecen. La estética coquette —surgida en 2022 en la plataforma china— es una de muchas corrientes que inspiran «lo femenino» y han triunfado en los últimos años. Se caracteriza por el culto a la elegancia, los lazos, los colores pastel y lo canónicamente femenino; pero va más allá y constituye también un estilo de vida. Ante la evolución del movimiento feminista y el papel difusor que han tenido en ella las redes sociales, resulta chocante la gran acogida que tiene también este regreso a los estereotipos de género tradicionales. Se trata de una cuestión compleja: por un lado, se puede tomar como un acto de empoderamiento a través de la revalorización de elementos típicamente degradados por una sociedad misógina; por otro, se puede alegar que es una tendencia retrógrada que complace a la «mirada masculina».
La misoginia interiorizada y la estética
A menudo, las propias mujeres rechazan la feminidad. I’m not like other girls (no soy como las demás chicas) es un meme que ejemplifica este fenómeno: ante la imagen de la mujer y «lo femenino» que subyace en la sociedad patriarcal, asociada a connotaciones negativas, surge en muchas jóvenes el deseo de individualización y distanciamiento de una descripción que en ningún caso podría ser fiel por tratarse de una generalización. Esto se manifiesta, por ejemplo, en un desprecio al maquillaje, el recato, la elegancia, el rosa… Se trata de una expresión del «sexismo interiorizado» o «misoginia interiorizada» (Means, 2021, p. 2) que numerosas mujeres han experimentado en su infancia y adolescencia (Roman, 2022).
Ante las corrientes feministas dominantes, que han luchado por eliminar los roles de género ensalzando la imagen de una mujer productiva y empresaria, el giro hacia la hiperfeminización parece incoherente. Sin embargo, al analizar la ridiculización de lo femenino como una manifestación de misoginia, volver a la feminidad tradicional y disfrutarla se presenta como un acto subversivo.
En la revista Vogue se etiqueta la tendencia coquette como recreativa e inocente. Esta feminidad construida sobre vestidos de encaje, lazos, zapatos Mary Jane, estampados de flores y corazones no es más que una forma de escapismo que acoge a personas de cualquier raza, género y edad (Lores, 2022).
Por otro lado, Iustina Roman ofrece en la revista Cherwell una perspectiva más crítica, apuntando, por ejemplo, que las modas hiperfemeninas han sido señaladas por no incluir a las personas de color y fomentar estándares corporales inalcanzables. Además, evolucionan de un producto de la «mirada masculina» (male gaze) —de hecho, la estética va acompañada de actividades como la lectura o la cocina—. Aun así, en el artículo se concluye que los estereotipos machistas están arraigados en la sociedad y afectan de manera ineludible a la moda, de modo que juzgar cómo las mujeres deciden expresarse y con qué se sienten bien actúa en su detrimento (Roman, 2022).
Lo coquette es tan solo un caso que ejemplifica este fenómeno: la creación de un sentimiento de complicidad en el que el elemento de unión es la «experiencia femenina» y se excluye a los hombres desde una postura que podría describirse como «maternalista». Muchos memes surgen como ejemplo: «the feminine urge to» («el ansia femenina de…»), el famoso «girl dinner», o «I’m just a girl» («solo soy una chica»).
Los peligros de los roles hegemónicos
Como apunta Ayme Roman, el acto de abrazar estos símbolos «que se han convertido en marcadores de género» no es negativo (Roman, 2024, min. 9). El peligro reside en aceptar, ya sea consciente o inconscientemente, ciertos supuestos que traen consigo y «caer en un nuevo “esencialismo de género”» (min. 11:30).
Para empezar, todas estas tendencias van acompañadas del término femenino, chica o similares, lo que acaba suponiendo una generalización de los caracteres femeninos. Esto se inscribe en lo que Julia Serano llama «sexismo oposicional»: «la creencia de que hombres y mujeres son categorías mutuamente excluyentes, cada una con una serie de atributos, aptitudes, habilidades y deseos que no se superponen» (Serano, 2007, p. 11) [traducción propia]. Este supuesto es la base del machismo tradicional y tiene también implicaciones tránsfobas.
Para continuar, hay que atender al hecho de que «toda estética se inscribe […] en una red culturalmente compartida de significados o asociaciones» (Roman, 2024, min. 9:46). En este caso, es fácil rastrear el origen de sus cánones: la belleza, el comedimiento y la contemplación se asocian al papel servil, complaciente y sumiso de la mujer, frente a la fortaleza, el riesgo y la rudeza, que se atribuyen a los hombres. Aunque ocurra desde la consciencia, aunque las mujeres lo usen a su favor —como sugiere Cherwell (Roman, 2022)—, se trata de una perpetuación del imaginario sexista tradicional. Además, en las redes sociales, los límites se desdibujan, la crítica subyacente se disipa y surgen tweets como: «el ansia femenina de estar con una única persona para el resto de tu vida. Solo su marido tiene acceso a su cuerpo. Solo su marido tiene acceso a su corazón»[traducción propia] (@amandaperera, 2024) o: «a veces solo quiero ser mona y jugar con mi maquillaje en lugar de pensar…»[traducción propia] (@pinkkgf, 2024).
Conclusión
Como se ha visto, señalar la misoginia interiorizada y la tradicional ridiculización que sufren los elementos percibidos como femeninos ha llevado a su ensalzamiento como un acto empoderante. Esta respuesta es fruto de un análisis demasiado simple, pues la obsesión por la belleza, la elegancia y la juventud son productos del ideario machista. Las revistas citadas (Vogue, Cherwell) tienen razón al apuntar que el foco del problema no está en la práctica de las mujeres, pero se quedan en la superficie. Si es cierto que la estética está condicionada por los cánones sexistas, habrá que participar en ella libremente desde el conocimiento —sin el cual no se es verdaderamente libre—, y criticar a aquellos y aquellas que lo promocionan en redes como un acto subversivo, contribuyendo a crear una «mística femenina».