Cada año el 19 de octubre, Día internacional de la lucha contra el cáncer de mama, se conmemora y se toma conciencia de esta enfermedad. Las redes sociales, la publicidad, los escaparates de las tiendas, los programas de televisión, las revistas, las calles se llenan, durante todo el mes de octubre, de rosa. El mundo alza el lazo rosa y parece llevarse por bandera, pues es necesario dar voz al cáncer, concienciar, ayudar donando y apoyar, por supuesto, a las mujeres que lo sufren –que sepan que en esa lucha no están solas–; también existe un porcentaje, aunque bastante menor, de hombres que lo padecen (Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico [AECMM]).
Pero si tan necesario es, entonces, ¿dónde radica el problema? Tras esta enfermedad tan dulcificada se esconde una historia que pocas personas conocen: el origen de su lucha. La asociación Teta&Teta publicó en el año 2022 un vídeo sobre ella –historia que es de todo menos rosa–, enseñando al mundo la verdadera cara de la enfermedad (Asociación Teta&Teta, 2022).
Nos remontamos al 1991, año en el que Charlotte Haley inventó el lazo rosa contra el cáncer de mama, que hoy todos conocemos. Sin embargo, Julie Haley –nieta de la inventora– explica en el vídeo que dicho lazo nació con una ligera diferencia: este no era rosa sino color melocotón, su favorito –razón de su elección–. La intención de su movimiento fue ayudar a luchar contra una enfermedad que, desgraciadamente, padecían muchas mujeres de su familia. Ella misma se encargaba de coser los lazos, que luego metía en las cartas que repartía por la calle, que enviaba a los médicos, a los políticos y a las autoridades. Hacía lo posible por movilizar a la sociedad, por ser escuchada y por que su voz se hiciese eco en nombre de todas; lo posible por cambiar aquella triste realidad. Llevar el lazo, por tanto, implicaba unirse al movimiento y reclamar mayor investigación para la cura de la enfermedad.
Parecía que el esfuerzo de Haley comenzaba a dar sus frutos, que poco a poco eran más las voces que se unían a la lucha. Un año más tarde llegó el problema que cambiaría de forma radical el curso del cáncer de mama y su lucha:
Estée Lauder y la revista Self Magazine se pusieron en contacto con mi abuela. Le dijeron que les encantaba su lazo, que querían convertirlo en un símbolo del cáncer de mama, incluso le dijeron «podemos hacerte rica». Ella por supuesto dijo que no, que se trataba de la vida de las mujeres (Julie Haley, 2022).
Charlotte Haley les dio un rotundo no, prohibiéndoles su uso. «Bueno, todo lo que tenemos que hacer si lo queremos es cambiar el lazo» respondieron ellas; lamentablemente, según cuenta en una entrevista la propia Charlotte, iniciaron así su proyecto y el lazo contra el cáncer de mama, que era color melocotón, se convirtió en rosa en 1992, naciendo el Pink Washing –término que se utiliza para denominar al “lavado de cara” de la enfermedad, que muchas empresas hacen como estrategia comercial–. Numerosas marcas se suman a las campañas porque el rosa es un color que vende, mientras que, por ejemplo, siguen utilizando elementos cancerígenos en la fabricación de sus productos y el dinero que, supuestamente, dedican a la investigación del cáncer se pierde. «A mi abuela le explotaría la cabeza si viera lo que está pasando hoy en día con el Pinkwashing» (Julie Haley, 2022).
«Cuando estás ahí, te sientes enfermo, ves todas las campañas y no ves tu reflejo. Es una enfermedad que está muy edulcorada. Triste que haya gente que ve un negocio en la enfermedad», dicen algunos testimonios que participaron en el vídeo de la asociación Teta&Teta. Y, por desgracia, tienen razón. Seguramente en la mayoría de los casos –de publicidad y campañas– la intención es buena, mas el mensaje que al mundo mandan es totalmente contrario y, en concreto, así lo sienten las enfermas.
El problema no se halla en el color del lazo, el problema es el enfoque que se le está dando; pues, pese a que se ha avanzado mucho, todavía hay alrededor de un 20 o 30 % de pacientes que mueren a causa de esta enfermedad (AECMM), ya que el cáncer de mama con el tiempo puede llegar a desarrollarse mucho, convirtiéndose en metastásico –y actualmente este no tiene cura–. Además, una de cada ocho mujeres padece cáncer de mama.
La lucha no termina al vencer al cáncer de mama, quedan numerosas secuelas –invisibles a los ojos ajenos–, que condicionarán siempre la vida que hay después de la enfermedad. El tratamiento puede provocar dolores musculares y articulares, la pérdida de la densidad mineral ósea, insomnio, labilidad emocional, disminución de la libido, depresión, cansancio, sofocos (SOLTI, 2022), enfermedades cardiovasculares, sequedad vaginal, dispareunia, inhibición de la libido… (Asociación Alavesa de Mujeres con Cáncer de Mama y/o Ginecológico [ASAMA], 2019). También corren el riesgo de desarrollar linfedema –la hinchazón del brazo de la mama afectada, debida a la acumulación de líquido en el mismo–, sin hablar de los cambios subjetivos como son las alteraciones de la imagen corporal o el miedo a la reaparición del cáncer (Laia Antúnez, 2021).
La persona que supera al cáncer no vuelve a ser la misma, aún menos su vida, que se convierte en un camino donde ya ni se recuerdan las flores rosas –que más bien eran solo espinas– y cargan con el olvido. Para ayudar a mejorar la calidad de vida de las pacientes durante y después del cáncer de mama se necesitan más ayudas, más dinero, más servicios y menos rosa.