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El valor de la lengua en la cultura de las “salonnières”

por | May 8, 2024 | Lengua Española

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO

Jiménez Benito, I. (2024, 8 de mayo). El valor de la lengua en la cultura de las “salonnières”. VIRTUAM. https://virtuam.net/2024/05/08/el-valor-de-la-lengua-en-la-cultura-de-las-salonnieres/

Introducción

El cuidado de la lengua y el siempre fallido intento de cumplir con la norma suponen un problema para cualquiera que trabaje con ella.  A lo largo de la historia, lo normativo ha ido variando y lo mismo ha hecho su acogida entre los hablantes. Si bien la lengua normativa parece dominarlo todo en la actualidad, ¿sabemos acaso por qué le otorgamos ese carácter incuestionable? Uno de los antecedentes de nuestro afán por «hablar bien» fueron los salones literarios de los siglos XVI y XVII.

El sistema de los salones literarios

Estas reuniones, organizadas por mujeres de la alta sociedad francesa —las conocidas como salonnières—, acogían a aristócratas dispuestos a compartir y recibir conocimiento. Las anfitrionas abrían las puertas de sus palacios y, a menudo, sus propias habitaciones se convertían en el escenario de los encuentros —lo que nos adelanta el carácter selecto y elitista de estos—. Allí, los asistentes (la mayor parte mujeres) se situaban en la ruelle, espacio comprendido entre la cama de la anfitriona y la pared de su habitación.

Hasta entonces, el principal lugar de encuentro de la aristocracia francesa había sido el Museo del Louvre, cuyo objeto de conversación —lejos de su inicial motivación cultural— eran las intrigas de la corte de Enrique IV. Los salones terminaron convirtiéndose en el refugio de aquellos que se sentían empalagados por esta dinámica y profesaban un interés sincero por las cuestiones culturales (Sánchez, 2018).

La conversación versaba sobre temas diversos (filosofía, moral, arte, música, etc.), pero otorgaba un lugar especial a la literatura. Se recitaba y se escribía de manera conjunta, lo que convirtió los salones en importantes focos de creación artística. Aunque poco estudiada, conservamos una extensa y valiosa obra literaria compuesta por poemas, cartas e incluso novelas (entre las que destaca especialmente La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette).

Detrás de todas estas creaciones, subyacía un objetivo común: cultivar el bel esprit (su traducción literal es hermoso espíritu, pero en este caso refiere a ingenio), generar composiciones bellas tanto por su contenido como —especialmente— por su forma. Las participantes de los salones no pretendían ser identificadas solo con la élite social sino con otra de índole cultural, un grupo distinguido y respetable de intelectuales. Por esa razón, todo lo que generaban tenía que ser «elevado, refinado y precioso» (Sánchez, 2018), lo que cargó la cultura de un gran carácter elitista.

La lengua: objeto de creación y reflexión

Este ideario de los salones —que sería conocido como preciosismo— se presentaba, al mismo tiempo, como un modelo de comportamiento, una corriente literaria y un movimiento ideológico principalmente femenino (Martino y Bruzzese, 1997, p. 148).

El principal instrumento del que disponían para reflejar su distinción en la literatura era, evidentemente, la propia lengua francesa. Iniciaron así una fuerte depuración lingüística: «El lenguaje literario se enriqueció de pureza y refinamiento, se desterraron vulgarismos y los escrúpulos con las formas lingüísticas derivaron en una nueva clasificación de las palabras» (Sánchez, 2018).

De esta manera, la aristocracia intelectual y el lenguaje cuidado se convirtieron en dos conceptos inherentes: la forma de hablar de los salones sería el modelo nacional y su escrúpulo y gusto por la corrección derivarían en la creación de obras capitales como el Dictionnaire de l’Académie Française de 1694 (Luengo Freire, 2016, p. 23). De hecho, la misma Academia fue fundada —entre otros— por el cardenal Richelieu, asiduo del salón de Madame de Rambouillet, donde el cuidado de la lengua ocupaba un lugar central.

Crítica y escarnio del estilo preciosista

Sin embargo, los principios del preciosismo no tardaron en volverse en su contra.  Algunos de ellos, como el excesivo amaneramiento de la lengua (mediante el abuso de los adverbios superlativos, por ejemplo) y la ultracorrección, fueron motivo de burla por parte de ciertos intelectuales coetáneos. Uno de sus mayores críticos fue el dramaturgo francés Molière, quien, a través de obras como Les Précieuses ridicules (1659) o Femmes savantes (1672), caricaturizaba a las salonnières y denostaba su producción literaria y principios –tanto sociales como lingüísticos–.  Si bien es cierto que algunas de sus ideas como la conservación estanca del léxico imposibilitaban la incorporación de neologismos y dificultaban la adaptación a los nuevos tiempos (Luengo Freire, 2016, p. 23), es desproporcionado reducir la labor de los salones a estos errores de planteamiento.

Todo esto, sumado a la llegada de la Ilustración —que despreciaba estas reuniones, entre otros motivos, por su ambiente femenino—, propició el declive de las salonnières, que quedaron injustamente excluidas del panorama intelectual junto a sus ingentes aportaciones a la literatura, la lengua y la cultura. De hecho, si el término «preciosas» trascendió, fue precisamente por la publicidad que le dio Molière en sus múltiples críticas. El adjetivo «preciosa» o «preciosista» se cargó de un fuerte contenido peyorativo, arrastrando atributos como la ultracorrección, la frivolidad o incluso la simpleza.

Conclusión

Desde el punto de vista lingüístico, es curioso observar cómo el término «preciosas» adquirió un carácter negativo o burlón, que distaba completamente de su significado original. Algo similar les ocurrió a sus portadoras, que, desprovistas de toda credibilidad y respeto, terminaron ocupando un lugar en la historia y en la sociedad bastante inferior del que merecían como escritoras y como referentes femeninos —que tan a menudo buscamos en la época contemporánea—.

En tiempos en los que el valor económico parece reinar y las humanidades ocupan un lugar secundario para el poder, puede resultar desalentador centrar nuestro estudio en cuestiones como la corrección lingüística. Es por ello por lo que, de vez en cuando, merece la pena regresar a momentos —como este— en los que el cuidado y perfeccionamiento del lenguaje conformaron una actividad en sí misma, para no olvidarnos de que tratamos con una materia majestuosa y vital.

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