Es probable que no estemos desvelando ningún arcano al afirmar que prácticamente cualquier frase – como, por ejemplo, “Quedan dos horas de clase”– puede interpretarse de maneras muy diferentes más allá del estricto significado de cada una de las palabras que la componen. Podemos imaginar a un alumno que la pronuncia exhalando demasiado aire, mientras levanta las cejas a la vez que pone los ojos en blanco. Aunque también podríamos visualizar en nuestra mente al mismo alumno susurrando la misma frase mientras le guiña el ojo a alguien con quien ha quedado para salir de fiesta más tarde. En ambos casos, los signos no verbales descritos aportan un significado procedimental; esto es, nos indican de qué manera los oyentes debemos interpretar el enunciado para entender el sentido pleno de lo que se expresa. De alguna manera, sustituirían a los adverbios de foco “todavía” en “Todavía quedan dos horas de clase” o “solo” en “Solo quedan dos horas de clase”.
Durante siglos, se ha considerado que los seres humanos nos comunicamos fundamentalmente gracias a la comunicación verbal. No obstante, desde siempre, la retórica ha atendido también a la existencia de elementos no verbales como una suerte de recursos o estrategias subalternas que favorecerían complementariamente la eficacia comunicativa. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, los lingüistas comenzaron a considerar que necesitamos mucho más que la lengua para hacernos entender y para interpretar adecuadamente aquello que se nos dice con palabras. A medida que ha avanzado la investigación en este campo, se ha ido descubriendo que la comunicación no verbal no es un mero apoyo de la lengua. De hecho, se ha calculado que la comunicación verbal solo representa el 35% del total del mensaje en las interacciones cotidianas (Birdwhistell, 1970, p. 158). Para la mayor parte de la información, usaríamos pues signos no verbales que, de este modo, pasarían a ser los verdaderos protagonistas de la comunicación. Ello explica cómo en el ejemplo anterior se pueden expresar dos mensajes tan diferentes y contrastantes con la misma construcción verbal.
Pero ¿qué son los signos no verbales? Se trata de cualquier signo natural no léxico (activo o pasivo) que, por convención cultural, utilizamos como expresión de algún tipo de información. La naturaleza de estos signos no verbales es tan variopinta como lo son también sus significados. Se identifican como signos no verbales los susurros, un chasquido con la lengua, la distancia a la que nos comunicamos, el tiempo, ritmo o cadencia con que hablamos, las variaciones tonales o de volumen que podemos aplicar sobre determinadas partes de un discurso, cualquier ademán expresivo que podamos hacer con las manos, la posición de nuestro cuerpo respecto a quien nos escucha o, incluso, la duración de nuestros silencios. Por ejemplificar esto último, solo hay que atender a la diferencia entre el silencio con que marcamos que hemos finalizado nuestro turno de palabra en una conversación y la duración de un silencio que precede a la frase “¡Que es broma!”, tras haber comunicado un discurso que, en última instancia, pretendemos que se entienda como irónico (Méndez, 2014).
Los investigadores (por ejemplo, Poyatos, 1994; Cestero, 2004) clasifican los signos no verbales en cuatro sistemas. Dos de ellos, se consideran primarios o básicos: el sistema paralingüístico y el sistema kinésico. Ambos funcionan en el acto comunicativo de manera solidaria junto con el sistema lingüístico (la lengua), entendiendo así la comunicación humana como una estructura tripartita. Es tal la importancia de estos sistemas primarios, que se llega a afirmar que resultaría imposible comunicarse sin contar con signos de los sistemas no verbales, mientras que en determinados contextos sí se puede prescindir del sistema lingüístico para la comunicación.
Al sistema paralingüístico pertenecería cualquier signo no verbal producido mediante la voz. Desde el foco de intensidad de lo que se conoce popularmente como énfasis, el carraspeo, la risa, el llanto, las pausas, el silencio, el uso controlado del timbre de la voz (aquello que conocemos como “retintín” o “tonillo”), hasta cualquier onomatopeya e interjección. Seguramente, los lectores recuerden haberse topado con algún diálogo en una novela donde apareciera la interjección “uf”. Sin el contexto o la explicación del narrador, resultaría imposible interpretar si se trata de una expresión de repugnancia, de cansancio o de agrado. Sin embargo, en la lengua oral, la comprensión es inmediata gracias a los controladores de la voz hablada (al tono, la duración, el uso del timbre, etc.) sin necesidad de que se nos diga nada más.
El sistema kinésico quizás sea el más reconocible y es también, sin duda, el más estudiado. Está formado por los movimientos y las posturas corporales con aporte comunicativo. La categoría kinésica más conocida son los gestos, pero también lo son las maneras en que estos se llevan a cabo. Puede resultar curioso que se diferencie entre el gesto y la manera de realizarlos, pero en ocasiones se trata de una cuestión primordial, pues el mismo gesto realizado de manera diferente puede tener distintos significados. Por ejemplo, en español, el gesto que consiste en colocar el dedo índice cerca de la sien mientras da vueltas hacia adelante se relaciona con las expresiones “pensar”, “considerar”, “dar vueltas a una idea”; mientras que ese mismo gesto dando vueltas hacia atrás significa “recordar”. En contraste, cada uno de estos gestos en Reino Unido y en Kenia -respectivamente- significan “locura”. Sin embargo, en español, para expresar locura es necesario que el dedo toque la sien y el movimiento sea hacia adelante y hacia atrás alternativamente.
Junto a estos dos sistemas básicos o primarios, actualmente se identifican otros dos de carácter secundario. Por una parte, encontramos el sistema proxémico, conformado por todos aquellos valores culturales que cada grupo humano da a la organización y al uso del espacio durante el acto comunicativo. Por otra parte, el sistema cronémico, que está formado por aquellos valores que cada cultura elabora a la hora de concebir o estructurar la dimensión temporal en el acto del habla. Ambos son sistemas formados por comportamientos socioculturales, pero entendidos como unidades con valor comunicativo que matizan el significado de los signos de los sistemas lingüístico, paralingüístico y kinésico (Cestero, 2004).
En efecto, el sentido de lo que se comunica no es el mismo dependiendo de la distancia que haya entre los interlocutores. Retomando el ejemplo del alumno que guiña el ojo, la relación entre este y su interlocutor no será la misma si hablan a una distancia de 60 cm (lo que se conoce como espacio personal, propio de la comunicación con personas cercanas, como amigos o compañeros), o si susurran a tan solo 10 cm de su cara (dentro del espacio íntimo en el que solo se comunican personas con un vínculo familiar o sexoafectivo). Al tratarse, probablemente, de relaciones diferentes, las implicaciones del enunciado y sus sentidos en cada caso serán bien distintos. Del mismo modo, el uso del tiempo en entornos de alta codificación simbólica – como pueden ser los actos protocolarios o las celebraciones litúrgicas – conlleva significados muy precisos. Un ejemplo claro de ello sería el orden y la duración de las intervenciones de las autoridades presentes en un acto protocolario como marca de jerarquía de los participantes.
Tradicionalmente, la investigación de los signos no verbales se ha realizado desde enfoques muy dispares. Tal como apunta Beatriz Méndez, “diferentes ciencias como la psicología, la antropología, la sociología, la literatura, la lingüística, el arte o la educación han ofrecido visiones muy diferentes del fenómeno y se han encaminado por vías muy diversas. Este hecho ha impedido que se alcance una consideración global y unitaria de la dimensión no verbal del lenguaje.” (Méndez, 2014, p. 31). Los psiquiatras y psicólogos fueron los primeros en interesarse, pero estudiándolos como comportamientos que manifiestan el estado mental de las personas, especialmente el estado mental actitudinal y el emotivo. Esta perspectiva puede interesar también a los lingüistas forenses que desarrollen protocolos con el fin de descubrir el grado de veracidad de un discurso a partir de un análisis de comunicación no verbal, por ejemplo, en el contexto de una investigación policial.
No obstante, la lingüística se esfuerza por estudiar estos signos como unidades comunicativas que conforman sistemas y que se articulan de manera conjunta en todo acto de comunicación. Tal horizonte es el que mueve a los semiólogos y lingüistas, quienes todavía se encuentran en una primera fase en sus investigaciones: la recopilación de datos, identificando los signos no verbales y describiendo su funcionamiento para poder reconocer sus formas y usos con el fin de inventariarlos. Otra de las líneas de investigación consiste en el estudio de los marcadores e índices de los signos no verbales en los discursos; es decir, de qué manera estos signos operan en la interacción entre los tres sistemas que forma la estructura tripartita de la comunicación. En cierto sentido, si bien la primera línea de investigación realiza una labor similar a la de morfólogos y lexicógrafos, el objeto de estudio de la segunda vendría a ser equiparable a la sintaxis y la pragmática de los sistemas no verbales.
Como veíamos con las maneras de realizar gestos, al tratarse de signos convencionales, cada cultura y cada idioma genera los suyos propios. Por ello, desde hace ya algunas décadas, se han llevado a cabo estudios dialectales específicos sobre signos no verbales, atlas descriptivos, repertorios contrastivos e, incluso, diccionarios de uso para público general.
En España, destacan notablemente los trabajos realizados por las profesoras Ana Cestero, Emma Martinell, María José Gelabert y Mar Forment. En 2020, publicaron en la Universidad de Alcalá de Henares el Diccionario audiovisual de gestos españoles. Hablar en español sin palabras, un libro interactivo digital, que además de servir como inventario para la investigación, está dirigido a todos aquellos profesionales dedicados a la enseñanza del español como segunda lengua, así como a los estudiantes. Actualmente, este mismo equipo (al que se ha sumado Cristina Illamola) ha puesto en marcha un proyecto abierto para la elaboración a largo plazo de un atlas de gestos (https://atlasdegestos.uah.es/) donde cualquier equipo de investigación del mundo dedicado a la comunicación no verbal pueda publicar sus respectivos corpus.
Como comentábamos, el estudio de la comunicación no verbal es muy reciente y todavía hoy sigue en pañales. Este camino no ha hecho más que comenzar. Quienes están especializados en la materia manifiestan conocer apenas la punta del iceberg y animan a los jóvenes investigadores para que se sumen a sus esfuerzos, pues la mies es mucha y los jornaleros, pocos. Se espera que el avance de este tipo de investigaciones pueda aplicarse a objetivos concretos, como ya sucede en algunos métodos de aprendizaje de segundas lenguas. En cualquier caso, más allá de las posibilidades prácticas que ofrezca el estudio de la comunicación no verbal, quizás lo más fascinante sea el horizonte y las perspectivas con que, desde esta posición, podemos aproximarnos a la lengua para intentar comprenderla más profundamente bajo estos nuevos presupuestos.