Intérprete, compositor, director, docente, investigador… El violinista Jesús de Monasterio y Agüeros (1836-1903) fue toda una referencia en el contexto musical de su época. La música en la España decimonónica de la segunda mitad de siglo se presenta como un reflejo del interés de la sociedad española por acercarse al canon social europeo. Jesús de Monasterio fue uno de estos precursores que se esforzaron por orientar la actividad musical de España hacia una perspectiva más acorde con la europea.
Jesús de Monasterio nació en el seno de una familia acomodada de la pequeña Villa de Potes, localizada en el valle de Liébana, en la antigua provincia de Santander (figuras 1 y 2). Después de que su padre, violinista diletante, se percatase de la facilidad de su hijo con el violín, pasó por las manos de varios violinistas profesionales de Castilla la Vieja.
En pocos años acabará siendo el protegido del general Baldomero Espartero en Madrid y estudiando en el Real Conservatorio de Música y Declamación de María Cristina (actual Real Conservatorio Superior de Música de Madrid). A finales de la década de 1840 consigue ser aceptado en el Conservatorio de Bruselas, donde se rodeará de los mejores profesores del momento, y en el que culminará su etapa siendo galardonado con el prix extraordinaire.
Como era habitual entre las brillantes promesas musicales, tras completar su formación en el conservatorio, Jesús de Monasterio emprendió una serie de giras por Europa que hicieron resonar su nombre en las salas de concierto más prestigiosas del viejo continente. De las numerosas anécdotas que se han registrado sobre las dos giras que realizó, una de las más destacadas es la del persistente interés del duque de Weimar por retener a Monasterio en su ducado. Este hecho no hace más que confirmar el gran talento de Jesús de Monasterio, ya que el aristócrata en cuestión, Carlos Alejandro de Sajonia-Weimar-Eisenach, era un gran amante de la música y fue el mecenas de renombrados intérpretes y compositores como Franz Liszt y Richard Wagner.
La labor de reactivación a la que se dedicará toda su vida tuvo inicio en la docencia. Entre las dos giras europeas Monasterio ya tuvo claro el querer pertenecer al grupo docente del Real Conservatorio de Música y Declamación de Madrid (figura 3). En esta institución permaneció toda su vida, y acabó siendo indispensable en su organigrama. Después de 37 años en él, terminará por aceptar el puesto de director del conservatorio. Su discurso de «presentación» fue alentador, pues se dispuso a solucionar los problemas que sus compañeros, alumnos y él mismo habían padecido durante tantos años. En este cometido no tuvo mucha suerte: la mayor parte de las promesas que hizo no prosperaron y las culpas cayeron sobre su espalda.
Como suele pasar, los aires de cambio normalmente soplan en dirección opuesta a los intereses políticos, con lo que, a sus 60 años, Monasterio deja el cargo dos años después de haberlo aceptado. Esto lo hace a través de una carta al ministro de Fomento, Aureliano Linares, dejando entrever, desde el respeto, que renuncia al cargo por la falta de compromiso de este. Durante sus años como docente formó a grandes intérpretes, quizás el más reseñable sea el fabuloso violonchelista, director y compositor, Pablo Casals.
Esta no fue la única ocupación que tuvo durante su madurez, pues también fue el creador y líder de la Sociedad de Cuartetos, una agrupación de cámara establecida en Madrid entre cuyos componentes podemos destacar al virtuoso pianista navarro Juan María Guelbenzu, además del propio Monasterio. A través de esta iniciativa, se empezó a escuchar en España la música de cámara de los grandes compositores germanos y austriacos (Haydn, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, etc.), que nunca había sido interpretada de forma continuada en conciertos públicos de España. Es importante resaltar la larga trayectoria de esta agrupación, que superó las tres décadas promoviendo el interés por esta música. Además, desempeñó un papel precursor que inspiró la creación de organizaciones similares en varias ciudades de España.
También participó de forma activa en el asentamiento de la primera orquesta duradera e independiente de España, la Sociedad de Conciertos, de la que Monasterio fue director entre 1869 y 1876. Su intervención fue decisiva, elevándola a la altura de las grandes orquestas europeas. Otro motivo por el que es reseñable su etapa como director fue el interés que tuvo por incitar a compositores españoles a hacer obras sinfónicas para que estas fueran interpretadas por la agrupación. Esto amplía su actividad, no limitándose únicamente a una labor de revitalización al reactivar la vida musical nacional, sino también asumiendo un papel en la creación de demanda de un sinfonismo nacional.
Sus composiciones musicales, campo en el que se centra mi proyecto de fin de grado, son un tema de gran atractivo en su biografía. Encontramos desde obras corales hasta obras para orquesta, pero, en definitiva, las más importantes de este son las que tienen como protagonista al violín. Nunca tuvo interés especial en dedicarse a la composición, y esto lo comprobamos atendiendo al dato de que solo un tercio de sus obras – cuyo total no llega al centenar – fueron editadas en imprenta. Fue su famoso Concierto en Si menor para violín y orquesta y su obra para violín y piano Adiós a la Alhambra (figura 4), las composiciones que más fama obtuvieron por toda Europa. Esta última obra pertenece a las denominadas «obras de inspiración hispana», una corriente de mitad de siglo XIX, antecedente directo del «nacionalismo musical español» desarrollado a final de siglo y principios del siguiente.
Jesús de Monasterio es uno de los primeros compositores españoles de su generación que usan como recurso compositivo la riqueza musical de nuestro país para concebir cierto tipo de obras, queriendo a la vez acercarse a la sonoridad del Romanticismo europeo de aquel momento. Podemos dividir en tres los enfoques de inspiración que encontramos: desde la inspiración figurada y poética, con Adiós a la Alhambra o Sierra Morena (figura 5); inspiración «literal» del folclore musical, usando citas literales de temas populares, con sus dos Fantasías Nacionales – un ejemplo muy notable sería en la última sección de su Grande Fantaisie Nationale (12:25), donde cita literalmente la Marcha Real, actual himno nacional de España –; hasta la inspiración a través del uso de tópicos de un lenguaje musical folclórico, en obras como su Rondó Liebanense.
Monasterio no dio la espalda a otras actividades que podríamos encuadrar mejor en los campos teóricos o de la investigación. Formó parte del primer grupo de músicos españoles en pertenecer a la sección de música de la Real Academia de Bellas Artes y a la Junta para la Defensa de la Ópera Nacional, un proyecto que no llegó a germinar, y que trató de crear un género operístico en castellano cuyo propósito era «sustituir» al género de la zarzuela, sin mucho éxito. En sus últimos años de vida se interesó por la historia de la música española y se aficionó a la colección, estudio y transcripción de manuscritos antiguos, afición que compartió con otros grandes músicos de su época, como Hilarión Eslava, Barbieri y Gevaert.
Por último, a partir de la década de 1890 tuvo tiempo para interesarse por la música de su tierruca, la montaña, sobrenombres con el que los montañeses se referían – y muchos siguen haciéndolo – a la provincia de Santander y sus valles pasiegos. En 1893 estuvo a punto de componer la música para un canto regional montañés con letra de su gran amigo el escritor José María de Pereda. El suceso más notable fue su participación como uno de los organizadores de la Fiesta Montañesa (figura 6), que tomó lugar en la plaza de toros de Santander un 12 de agosto de 1900 y donde se cantaron tonadas populares, se bailaron danzas folclóricas y se mostraron instrumentos y trajes típicos montañeses ante una plaza repleta (figura 7). Se trató del evento de mayor importancia para el folclore montañés de todo el siglo XIX. A nivel musical, lo más reseñable fue el concurso de colecciones de cantos populares que se hizo y que sirvió como excusa para recoger estos cantos de forma notada, y así poder conservarlos, difundirlos e interpretarlos de forma efectiva y fiel a su fuente (figura 8).
En definitiva, Jesús de Monasterio fue una persona hecha por y para la música. Su dedicación a España a nivel musical fue inigualable, dejando un legado más amplio del aquí resumido, ya que parte de este todavía no ha sido investigado. Por citar un ejemplo, la biblioteca personal de Jesús de Monasterio en Casar de Periedo, Cantabria (figura 9), de la cual existe un reporte de 1997, donde se habla sobre su mal estado de conservación y su interés histórico, es un archivo del que no se tiene noticia alguna a día de hoy. Para concluir, se debe tener en cuenta que la música no es sino el reflejo de las ideas y preocupaciones de la sociedad en la que se conciben, y esta aporta un punto de vista profundo y necesario sobre cómo la sociedad vive su historia.