Las propuestas para conformar una moneda común en los países africanos han tenido un largo recorrido desde el inicio de la descolonización y el panafricanismo hasta la actualidad, evolucionando junto a su contexto y voluntad de cambio político. Ha sido basándose en estas dinámicas y en sus posibles consecuencias, muchas veces ignoradas por la rentabilidad política del proyecto, por lo que las iniciativas de integración no se han visto exentas de dificultades. Por este motivo, se pretende exponer las implicaciones, beneficios y riesgos de las uniones monetarias en África a partir de una revisión de los procesos existentes y sus proyecciones a futuro.
Algunas nociones teóricas
Antes de comentar las principales iniciativas políticas existentes, es necesario tener en cuenta los posibles efectos e implicaciones de un proceso de esta índole. En su Teoría de las zonas monetarias óptimas Mundell (1961) caracterizó de forma pionera la probabilidad de que los países integrantes de una unión monetaria sufran shocks asimétricos, los cuales vendrán condicionados en gran medida por la diferenciación de sus estructuras productivas – a más diferencia, mayor posibilidad de sufrirlos -. Por otro lado, ante la posible presencia de asimetrías, es de vital importancia que existan mecanismos de corrección como son la movilidad del trabajo o flexibilidad en los salarios. A estos dos mecanismos de corrección se le puede sumar un tercero basado en un presupuesto común con capacidad de articular fondos compensatorios (De Grauwe, 2013).
En cuanto a los efectos teóricos de una integración monetaria, Kenen (2008) señala varios supuestos beneficios y amenazas directos de la unión. En primer lugar, y respecto a las implicaciones para el comercio interregional, la principal consecuencia sería la caída de los costes de transacción por la eliminación de los tipos de cambio entre los países. Asimismo, se mejoraría el sistema de información de precios. Todo ello conlleva en su conjunto un aumento del intercambio entre regiones, aunque en la práctica, se deben de tener en cuenta otros factores como las conexiones por infraestructuras, la solidez política o la complementariedad de las economías. Por otro lado, una integración monetaria también podrá suponer una mayor estabilidad macroeconómica además de un incremento de la capacidad de negociación comercial de cara al exterior. Aunque resulta obvio señalarlo, cabe destacar la implicación directa que tiene la pertenencia a una moneda común en términos de pérdida de soberanía monetaria, puesto que las competencias quedan relegadas en una autoridad de referencia. En cualquier caso, la existencia de posibles shocks asimétricos puede conllevar la fijación de una política monetaria que no sea óptima para todas las economías.
Por su parte, De Grauwe (2005) define los consecuentes efectos positivos de un proceso de integración monetaria como endogeneidades de una área monetaria óptima (crecimiento del comercio, abaratamiento de precios, mejora de la oferta de productos financieros, convergencia productiva e incremento de la flexibilidad laboral). No obstante, los impactos reales suelen ser muy moderados e inciertos y su impacto viene condicionado por las circunstancias contextuales de cada país. Si estas divergencias contextuales no son solucionadas en primer término, la ya comentada cesión de soberanía monetaria podría afectar sobremanera a la capacidad de ciertos países para compensar sus problemas económicos propios (Feldstein, 2011).
Evolución de la integración africana
El continente africano se ha caracterizado por verse envuelto en numerosos proyectos de integración de distinta índole y características. A nivel general e integrando casi a la totalidad de los países destaca la Unión Africana, pero paralelamente conviven multitud de procesos muy diversos (UMA, COMESA, CEN-SAD, EAC, CEEAC-ECCAS, ECOWAS, IGAD, SADC) que engloban desde la cooperación económica, liberalización de mercados o uniones aduaneras (Aurre et al., 2021).
Por su parte, las tres uniones monetarias existentes hoy en día no surgen de los espacios de integración citados previamente. Dos de estas uniones (la ECOWAS y la CEMAC) tienen un carácter de herencia colonial francesa, con el franco CFA como moneda única. La tercera es la Zona Monetaria Común (CMA), con el rand sudafricano de referencia (Pattillo y Masson, 2004).
Una prueba de la importancia otorgada a la moneda única como mecanismo de integración es que sea la propia Unión Africana la principal promotora de la creación de una divisa compartida para África. Este proyecto se basa en otros existentes en el pasado, fomentados, en su caso, por la OUA. Así, el objetivo consistiría en crear cinco uniones monetarias en las regiones económicas ya presentes para, en un futuro, fusionarlas en un Banco Central Africano desde el que impulsar, en última instancia, la moneda común (Pattillo y Masson, 2004b).
Deseabilidad de la moneda única en África
A pesar de esta diversidad de proyectos, existen serias dudas a la sostenibilidad de una posible moneda única a escala continental. Por ejemplo, la existencia de un grupo de países seriamente dependientes de la ampliación de la masa monetaria para contrarrestar sus elevados niveles de deuda pública y otro grupo con un mayor nivel de rigidez fiscal provocaría tensiones entre ambas partes. Algunos autores señalan que esto favorecería a las naciones del primer grupo que lograrían compensar su falta de financiación monetaria a costa de sobrecargar su demanda de financiación a las del segundo grupo (Patillo y Masson, 2004). Para evitar este problema y armonizar las políticas monetarias de los estados miembros, el ECOWAS ya estableció cuatro premisas de carácter presupuestario e inflacionario previas a la introducción del Eco, su moneda única (Mati, Civcir y Ozdeser, 2019).
No obstante, se debe recordar que los impactos no solo provienen de factores internos como la política monetaria, sino que también se derivan de sucesos exógenos. La preponderancia del comercio y la interconexión de las economías, incrementan aún más la relevancia del sector exterior, fomentando la aparición de shocks asimétricos entre naciones si no se establecen una serie de medidas para prevenir que las consecuencias de las crisis económicas se ceben con aquellos países dependientes de los sectores afectados (Mundell, 1961).
La política fiscal de muchos países africanos también plantea problemas dados los frágiles equilibrios presupuestarios y la debilidad institucional de la región (Pattillo, C., & Masson, 2004b). Así, la incorporación de planes de ayuda y el impulso de fondos estructurales podría resultar ventajoso. Adicionalmente, estos supuestos shocks asimétricos podrían verse reducidos ante la similitud de las estructuras productivas de varios territorios del continente, especializadas en el mismo tipo de actividades económicas (Harvard, 2023).
En lo relativo a las supuestas ventajas de la integración monetaria, muchas de ellas ya se han producido sin tener que recurrir a la moneda única.En lo relativo a las supuestas ventajas de la integración monetaria, muchas de ellas ya se han producido sin tener que recurrir a la moneda única. Así, la entrada en vigor del Área Continental Africana de Libre Comercio ha permitido mejorar los sistemas de información de precios mediante la introducción del Pan-African Payment and Settlement System PAPSS, que permite el pago en cualquier divisa africana independientemente del origen del producto. De igual manera, la creación del NTB Online Reporting Mechanism , dedicado a la supresión de las barreras no arancelarias, ha disminuido el coste de transacción (AfCTA, 2023)
Por otro lado, el aumento del comercio que supuestamente debería producirse como resultado de estas mejoras se encuentra condicionado por una serie de obstáculos como la reducida estabilidad política de amplias regiones del continente, especialmente en torno al Sahel (Merino, 2023), la ya nombrada escasa complementariedad de las políticas y sistemas productivos o el mal estado de las infraestructuras (UNCTAD, 2022). A parte de eso, la mejora de la capacidad negociadora de cara al exterior estaría condicionada por las posibles divisiones internas del bloque. De cualquier manera, la formación de una unión monetaria impulsaría el comercio intrarregional, si bien no tanto como potencialmente podría si se hubieran suavizado o eliminado estos condicionantes negativos.
En definitiva, la integración económica es un elemento fundamental para impulsar el desarrollo de África y la formación de una unión monetaria continental se posiciona como una de las grandes opciones en este sentido. Sin embargo, no está exenta de problemas y amenazas derivados de las circunstancias históricas y cabe preguntarse si su popularidad no responde más a cuestiones políticas que económicas. Es por ello que cualquier decisión debería proceder de una reflexión crítica de todas las implicaciones y consecuencias derivadas del proceso.
Otras alternativas como vincular las divisas a la fluctuación de alguna de las grandes monedas globales para lograr la progresiva armonización de la política monetaria en el continente o el refuerzo de los mecanismos de coordinación y desarrollo ya existentes, tales como el AUDA-NEPAD, para fomentar la convergencia entre regiones y el impulso de la complementariedad productiva también merecen ser exploradas. El conseguir crear un proceso de integración consciente y adaptado a las particularidades del contexto africano debería ser tratado como una prioridad en la agenda política, pero para ello resultará vital juzgar los argumentos económicos de cada perspectiva, aprendiendo de lo que autores como Feldstein (1997) que han criticado a la Zona Monetaria Europea para, en caso de que se decidiera seguir adelante con la moneda única, aprovechar realmente todas las endogeneidades potenciales.