El día 20 de abril de 2021, durante una visita al frente donde el ejército luchaba con grupos rebeldes armados, el presidente de la República de Chad Idriss Déby fue herido de muerte justo después de ganar las elecciones que le aseguraban su sexto mandato y más de 30 años en el gobierno. Se inauguraba así un nuevo periodo de incertidumbre en un país marcado por los cortos ciclos de paz y la constante inestabilidad política. El mismo día, su hijo Mahamat Idriss Deby era nombrado presidente interino, suspendiendo la constitución en favor del inicio de un proceso de transición a la democracia, pero ¿va a ver realmente la población chadiana la llegada de la democracia a sus instituciones políticas o, de nuevo, va a introducirse un gobierno militar de corte autoritario?
Tras la muerte de Idriss Déby
Chad ganó formalmente su independencia de Francia en 1960 aunque, desde entonces, su historia ha estado marcada por guerras civiles y golpes de estado. El mismo Idriss Déby llegó al poder tras un golpe de estado, derrocando a Hissène Habré e instaurando el mandato presidencial más largo que ha conocido el país tras su independencia. Sin embargo, esto no fue sinónimo de paz: su mandato se caracterizó por un gobierno autoritario, una oposición en forma de lucha armada, sus inicios violentos, un sistema multipartidista aunque solo en la teoría, cambios constitucionales para mantenerse en el poder2, y la manipulación y fragmentación de la oposición. Además, a pesar de no contar con la legitimación popular, Déby estuvo respaldado por importantes actores de la comunidad internacional, como Francia y Estados Unidos, por su papel en la lucha contra el terrorismo yihadista.
La lucha por el poder en Chad
Una de las razones que explican la inestabilidad política en Chad son las políticas gatekeeper que marcaron el gobierno de Idriss Déby. Un estado gatekeeper es aquél que obtiene la mayor parte de sus recursos de sus relaciones con el exterior y no del sistema fiscal interno, lo que permite a la élite política asegurar un control sobre su población sin tener que responder ante ella. Esta estructura política, además, genera inestabilidad en tanto que el control del poder implica el control de los recursos del estado. Déby se aseguró el éxito de sus políticas gatekeeper a través del apoyo internacional, controlando sus bordes territoriales y manteniendo las alianzas internas a través de sus redes de patronaje.
Pero, ¿qué suponen estas redes? En 2003 Chad se convirtió en un estado exportador de petróleo, lo que le llevó a triplicar sus ingresos entre los años 2001 y 2005. No obstante, el nivel de pobreza en la mayor parte de población del país no se vio reducido, y la posibilidad de controlar la renta petrolera reforzó el autoritarismo de Déby y su voluntad de mantener el poder. La mala gobernanza que ha caracterizado al país, expresada en corrupción, clientelismo y desviación del dinero público, han llevado a que el aumento del ingreso no produzca una consecuente reducción de la pobreza y que el poder político se convierta en un activo por el que luchar.
Este interés en el control de los recursos del estado ha dado lugar a varios intentos de acabar con la presidencia de Déby, el último de ellos el pasado abril de 2021. Tras las elecciones del 11 de abril y la victoria de Déby con más del 70% de los votos, se inició un ataque armado por parte del Frente para la Alternativa y la Concordia en Chad, quienes avanzaron a través del borde norte por su estrecha relación con Libia. Fue en este frente de batalla en el que Déby recibió las heridas que acabarían con su vida.
La promesa de una transición
Según establecía la Constitución de Chad debía ser Haroun Kabadi, el entonces presidente de la Asamblea Nacional, el que ocupara la posición de presidente del gobierno de manera interina. No obstante, el mismo día de la noticia de la muerte de Idriss Déby, se anunció la disolución de la constitución y el nombramiento de Mahamat Idriss Deby como presidente interino. Así, se iniciaba un proceso liderado por un Consejo Militar de Transición.
En julio de 2021 se presentaba una hoja de ruta en la que se anunciaba la meta de la introducción de la democracia en el país, además de mejoras en seguridad, unidad nacional y calidad democrática. Así, entre agosto y octubre del año siguiente, se celebraron en Qatar una serie de reuniones entre movimientos político-militares y representantes de la sociedad civil para guiar la transición hacia unas elecciones que debían llevarse a cabo a finales de 2022, discusiones que fueron boicoteadas por numerosos miembros de la oposición. Finalmente, el 20 de octubre de 2022 se anunció la postergación de las elecciones dos años más, hasta octubre de 2024, la disolución del Consejo Militar de Transición, y la posibilidad para Mahmat Idriss de presentarse a la elección.
Tras estos anuncios, en octubre de 2022 se iniciaron protestas en varias ciudades del país, que fueron contestadas por el gobierno con una fuerte violencia y represión que provocaron decenas de muertes, heridos y detenidos, además de medidas como el estado de emergencia en N’Djamena, Moundou y Koumara y la suspensión de los partidos de la oposición.
Futuro incierto
La evolución de los últimos dos años desde la muerte de Idriss Déby empieza a plantear algunas dudas acerca del futuro de la transición. Por un lado, la postergación de las elecciones plantea la cuestión de si el círculo de Idriss Déby está realmente dispuesto a dejar ir el poder, si realmente se trata de una transición. Por otro lado, las acciones de represión y violencia del gobierno interino plantean serias dudas sobre la naturaleza de su gobierno.
Por tanto, se trata de un futuro ignoto, aunque con atisbos que indican que Mahamat Idriss y la élite política están trabajando para mantener un status quo. Así, el mandato de Mahamat Idriss Deby, al que de momento le quedan 18 meses, puede estar también marcado por la inestabilidad y los continuos intentos de arrebato del poder. Sin embargo, el actual gobierno tiene la capacidad militar y el apoyo internacional necesarios para postergar su estancia en el poder, que parece ser su objetivo.
La inestabilidad provocada por la escalada de la violencia en el país vecino, Sudán, este último año y la crisis de recursos que la llegada de refugiados3 puede provocar, sumadas a las dudas e inestabilidades generadas a partir de la muerte de Idriss Déby, dejan un futuro bastante incierto y poco prometedor en la República de Chad. El miedo a la violencia en el país o a que la violencia en Sudán pueda llegar a pasar las fronteras puede reforzar el autoritarismo del nuevo gobierno, sobre todo dado el estrecho contacto entre ambos países: desde relaciones familiares a grupos armados, que pueden aprovechar la fragilidad del momento para tomar ventaja de la situación.
Conclusión
El período iniciado con la muerte de Idriss Déby poco parece que vaya a convertirse en una transición a la democracia. En este sentido, aunque el futuro aún es incierto, no se manifiestan muchos signos de transformación en Chad después del primer cambio de gobierno en más de treinta años. Aún así, se presentan nuevos retos que pueden alterar el desarrollo de la vida política del país, entre ellos el boicot de la oposición, las protestas, las acciones violentas contra el gobierno o el reciente conflicto en el vecino de Sudán.