Para comprender el problema del robo de ganado en el noroeste de Kenia hay que tener en cuenta numerosos factores: el abandono que sufrió esta zona durante la época colonial, las malas políticas que se aplicaron tras la independencia, la inestabilidad de algunos de los países con los que comparte frontera el país, las complicadas características medioambientales de la región, el cambio climático o los intereses económicos. Este artículo, además de explorar las raíces de este problema, analiza cómo este conflicto ha ido evolucionando con el tiempo hasta convertirse en un problema de caudillaje en la actualidad.
El presidente de Kenia, William Ruto, hizo una promesa el pasado 13 de febrero: era el momento de acabar con los denominados ‘bandidos’ y el robo de ganado al noroeste del país. Un problema que, pese a darse antes de la época colonial, se ha vuelto tan violento que el Gobierno keniano lo ha tildado de “terrorismo”.
Un día después de la promesa, las Fuerzas de Defensa de Kenia (KDF, por sus siglas en inglés) iniciaron una operación con la policía en los puntos calientes de los seis condados que más sufren la acción de estos grupos: Baringo, Laikipia, Samburu, Turkana, West Pokot y Elgeyo Marakwet.
Estos ladrones de ganado son principalmente jóvenes armados de comunidades pastoriles que viven condiciones de pobreza y marginación, en gran medida por las sequías y hambrunas, como explica el profesor Joshia O. Osamba del Departamento de Historia de la Universidad de Egerton (O. Osamba, 2000). Sus incursiones son interétnicas, intraétnicas e incluso transfronterizas, y están orquestadas por señores de la guerra que reclutan a jóvenes y organizan su instrucción militar.
El Gobierno no solo ordenó el envío del KDF a estos condados, sino que impuso un toque de queda desde el amanecer hasta el anochecer en las zonas más afectadas, dio un ultimátum a los bandidos para que entregasen las armas en un plazo de tres días y acabó decretando la evacuación de los enclaves más conflictivos.
No era la primera vez que un dirigente keniata intentaba acabar con este problema recurriendo a la fuerza militar. Su predecesor, Uhuru Kenyatta, ya había recurrido a la misma vía en 2014. La situación, lejos de mejorar, fue a peor.
¿Pero cómo operan estos denominados bandidos? ¿Cómo ha evolucionado el problema? ¿Qué factores alimentan el conflicto?
El robo de ganado en las tierras áridas y semiáridas
El 80% del territorio de Kenia está formado por tierras áridas y semiáridas. En ellas vive más de un tercio de la población del país y el 70% de la ganadería nacional, sobre todo dedicada a la cría de camellos, vacas, cabras, ovejas y burros (Sax et al, 2022). Como su propio nombre indica, estas tierras se caracterizan por su sequedad y por su escasa retención del agua de lluvia. Esto provoca que los pastores que las habitan se vean obligados a desplazarse con el ganado en busca de agua potable (Lucktung, 2016).
Estas características medioambientales han impulsado el robo de ganado, que ya se daba antes de la época colonial, en la que “cuando un joven quería casarse, lo animaban a allanar las comunidades vecinas en busca de cabezas de ganado para usarlas como dote”, tal y como explicó John Namoit, parlamentario del distrito electoral de Turkana Sur, a The Africa Report.
La situación se ha agravado desde entonces y es especialmente compleja al noreste del país. Como explica el profesor Osamba, “el debilitamiento del control estatal sobre el noroeste de Kenia ha dado lugar a la aparición de señores de la guerra del ganado con milicias armadas para proteger sus intereses” (Osamba, 2000, p. 24).
Para el profesor, este “caudillismo ganadero” comenzó a darse en la década de los 80 entre los grupos étnicos de los pokot y los turkana. El primer señor de la guerra del que se tienen registros es de Pokot Occidental y reclutó a 500 jóvenes que, una vez instruidos, fueron enviados a saquear el ganado de pueblos vecinos, llegando a extenderse a Uganda y Etiopía.
Desde entonces han surgido más caudillos y hay pruebas que demuestran los vínculos de los señores de la guerra con los comerciantes de ganado. Además, estos “se han convertido en la autoridad final en las relaciones ganaderas, anulando los poderes tradicionales de los ancianos” (Osamba, 2000, p. 25).
Existen algunos factores, como el lastre de la época colonial o la crisis climática, que siguen alimentando este conflicto.
Lastre de la época colonial
Cuando los británicos ocuparon Kenia a finales del siglo XIX, se asentaron principalmente en lo que ahora es el sur del país. El norte quedó al margen de todo tipo de inversión en infraestructuras debido a que los británicos consideraban que era una zona de la que no podían obtener provecho económico (Schetter, Mkutu y Müller-Koné, 2022).
Pese a que Kenia se independizó en 1963, el abandono continuó hasta la década de 1990, cuando se empezaron a descubrir en estas zonas yacimientos de petróleo, se instalaron fuentes de energía renovable y se empezaron a crear parques nacionales para la conservación de la naturaleza (Schetter, Mkutu y Müller-Koné, 2022).
El resultado de ese creciente ‘aparcelamiento’ del norte fue que muchos pastores, lejos de beneficiarse de las nuevas inversiones, vieron reducida la extensión de tierra a la que podían acceder con su ganado. En las épocas de sequía, que cada vez son más extremas debido al cambio climático (Sax et al, 2022), esta situación es una fuente constante de tensión entre los principales grupos étnicos de la zona: los borana, samburu, turkana, somalí, pokot, ilchamus y rendille (Schetter, Mkutu y Müller-Koné, 2022).
Los países fronterizos
Otro factor que alimenta este complejo conflicto es la posición geográfica que ocupa Kenia en el este de África. Comparte frontera con cinco países: Etiopía, Somalia, Sudán del Sur, Tanzania y Uganda. Son fronteras porosas transitadas por los pastores nómadas de los Estados vecinos.
Pero más allá de los pastores, los conflictos que han sacudido Sudán del Sur, Etiopía y Somalia han provocado un importante flujo de refugiados hacia esta zona de Kenia. Es más: según ACNUR, los campos de refugiados más grandes del mundo se encuentran en Kenia: el más poblado se sitúa en el sudeste, pero el segundo, el de Kakuma, está en el norte, con casi 200.000 refugiados.
Cambio climático
A todos los factores políticos y geográficos se debe añadir la cuestión medioambiental. Kenia está atravesando la peor sequía en 40 años. Las zonas áridas y semiáridas son las más afectadas por la escasez de lluvias, y se estima que en los últimos meses la sequía se ha llevado por delante más de 2 millones de cabezas de ganado.
Esto ha obligado a los ganaderos a desplazarse a zonas con algo de agua, provocando una competencia por los recursos y alimentando nuevos conflictos (Sax et al, 2022).
El impacto de los bandidos y el robo de ganado
La actividad de los bandidos no solo se circunscribe al robo de ganado. Durante sus incursiones, cada vez más profesionalizadas y violentas, también asesinan a pastores o a personal de seguridad. Cuando el presidente Ruto ordenó la intervención militar, lo hizo tras cifrar en más de 100 los asesinatos a manos de bandidos.
Según datos del Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED), entre el 1 de enero y el 24 de marzo, las milicias de pastores estuvieron involucradas en casi el 30% de la actividad violenta de Kenia. A lo largo de este periodo, ACLED no logró obtener datos sobre las posibles víctimas dejadas por los militares. No obstante, sí reflejó en un mapa sus enfrentamientos directos y los ataques remotos.