Textos en VIRTUAM

Aprendiendo a vivir con el invitado grosero: en busca de una vida orientada a valores

por | Jun 13, 2025 | Psicología

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO

Martínez Cantera, Cecilia (2025, 13 de junio). Aprendiendo a vivir con el invitado grosero: en busca de una vida orientada a valores. VIRTUAM. https://virtuam.net/2025/06/13/aprendiendo-a-vivir-con-el-invitado-grosero-en-busca-de-una-vida-orientada-a-valores/

El dolor es algo tan humano como la felicidad; en realidad, podríamos decir que son las dos caras de una misma moneda. En la sociedad actual estamos acostumbrados a escuchar discursos en los cuales se dice que hay que “estar bien” y el malestar no tiene cabida. Sin embargo, intentar evitar las emociones o sensaciones desagradables puede acabar trayendo problemas a medio o a largo plazo (Harris, 2010).

Una de las actitudes que la gente suele tomar es la de luchar contra ese sufrimiento o focalizarse en él para intentar paliarlo o controlarlo. Es una postura válida, pero en muchas ocasiones nos impide centrarnos en las cosas que de verdad son importantes. Las emociones nos dan información muy valiosa acerca nuestra vida y cómo se balancea nuestro camino hacia nuestros valores. Para entender esto usaremos una metáfora. Había una vez un hombre que estaba frente a una presa. Un día salió un agujero en ella y el hombre lo tapó con un dedo. Parecía que estaba todo solucionado, pero se abrió otro agujero, que el hombre tapó con otra mano. El hombre acabó totalmente atrapado, intentando sostener todo el agua de la presa. Controlaba el agua, sí, pero era incapaz de moverse. Su vida estaba parada. En ocasiones esto nos pasa a nosotros también, nos centramos tanto en contener lo que estamos sintiendo que quedamos bloqueados en ello y no vemos nada más. El luchar contra lo que sentimos o pensamos consume mucho esfuerzo, y nos distrae del camino. Muchas personas están dispuestas a luchar, pero ¿cuántas de ellas estarían dispuestas a aceptar?

¿Y si en vez de eliminar la tristeza o la ansiedad aprendemos a vivir con ella y seguir con nuestras vidas? La verdad es que una persona no puede erradicar así sin más la tristeza ni la ansiedad de su vida, porque están ahí, y además, sirven para algo: si no, no existirían. Mucho cuidado aquí: aceptar no es resignarse; la aceptación es saber que eso está ahí y, aun así, seguir con lo que estábamos haciendo, invirtiendo nuestro tiempo y esfuerzo en hacer cosas para aproximarnos a la versión de nosotros que queremos ser (Barraca, 2007).

De este modo, se puede aprender a gestionar nuestras experiencias, pero no necesariamente cambiando su forma, sino dándonos cuenta, incrementando nuestra consciencia de lo que pasa para poder tomar decisiones sobre lo que queremos y no queremos para nosotros. ¿Y qué es lo importante para cada persona? Esto es lo que llamamos valores. Los valores son múltiples y diferentes en cada persona. Es muy importante no confundir valor con meta u objetivo. Un valor no es un fin en sí mismo, es un camino, una ruta, una brújula que nos permite elegir una dirección para nuestras acciones. Las metas y objetivos, sin embargo, son alcanzables y nos permiten ir en la dirección de esos valores. ¿Cómo alcanzamos las metas y objetivos? Con acciones. Se trata de establecer un compromiso con la acción, el tener claros cuáles son esos valores y qué cosas podemos y estamos dispuestos a hacer para acercarnos a ellos. También podemos darnos cuenta de que necesitamos aprender nuevas habilidades y estrategias para avanzar en esas direcciones. El compromiso con la acción nos va a facilitar enormemente el cumplir nuestras metas, sabiendo que no siempre es necesario hacer todo lo posible, ni hacerlo “perfecto”, porque lo perfecto es enemigo de lo bueno y no todo es blanco o negro; hablamos aquí de flexibilidad. Es como si tuviéramos un jardín en el que las plantas son nuestros valores; nosotros podemos cuidarlas más o menos, mejor o peor. A lo largo de la vida, algunas estarán muy verdes y florecidas porque las cuidamos muy bien, mientras otras quizá no reciban tanta atención. Es imposible tener todas las plantas perfectas siempre. Pero sí podemos hacer el ejercicio de pensar cuáles requieren que les prestemos más atención y que nos movilicemos hacia ellas (Márquez- González, 2016).

Además de eso, es imprescindible prestar atención al momento presente. Esto significa estar abierto a las propias sensaciones, a experimentarlas, a estar con ellas sin juzgar, permitiéndonos experimentarlas, atender a qué es lo que estamos sintiendo; esto, a veces, pasa por ponerle un nombre. Al final, se trata de conectar con nosotros mismos. Somos seres dinámicos y flexibles, y por tanto, cambiamos de estados en función del contexto (Márquez-González, 2016). Solo de esta manera, con apertura, flexibilidad y curiosidad podemos establecer compasión y amor hacia nosotros mismos y darnos permiso para poder sentir, para poder ser.

Entrando a lo que somos como personas, es muy habitual el tener una concepción de nosotros mismos plagada de etiquetas. En ocasiones son etiquetas más agradables, otras menos; a veces, se relacionan con roles y otras con calificativos pero, al final, ¿somos nuestras etiquetas? La realidad es que no. Somos mucho más. Imagina que pudieras desprenderte de todas ellas y ver cómo se alejan como si fueran globos en el aire. Siempre quedaría algo de ti que se quedaría, un yo que observa, un yo que permanece. Solemos tener una visión de nosotros mismos muy estática y rígida. Al final, si nos pensamos a nosotros mismos en distintas épocas de nuestra vida, nos daremos cuenta de que un poco, al menos, hemos cambiado. A pesar de los cambios, podemos mantener un sentido de nuestra identidad que funciona como una plataforma que nos da estabilidad. En muchas ocasiones, sin embargo, solemos plantear lucha contra cosas de nosotros mismos que no nos gustan, defendiendo nuestras “cosas buenas” y queriendo echar o combatir las “cosas malas”. Pensemos en un tablero de ajedrez y en esas cosa buenas y malas como las fichas blancas y negras, respectivamente. ¿Tú qué serías en este ajedrez? ¿Serías las piezas blancas o las negras? ¿Y si fueras el tablero? Un yo contextualizado, esa plataforma sobre la que pasan “cosas”, algunas más agradables y otras menos; pero el tablero está ahí y el ajedrez es dinámico: a veces “ganan” las blancas y otras las negras, pero eso no condiciona quién “ganará” la siguiente (Hayes, 2016).

Lo mismo podríamos hacer con nuestros pensamientos. ¿Somos acaso únicamente nuestros pensamientos? ¿Nuestros pensamientos son lo que nos define? Quizá solo sean una parte de nosotros. En ocasiones queremos que estén ahí, otras no, pero no es fácil, ni tampoco necesario, sacarlos de nuestra cabeza, porque tienden a permanecer e incluso pueden hacerse más fuertes si establecemos una lucha directa contra ellos. Quizá podemos aprender a dejarlos estar y seguir con nuestra vida. Es como tener un invitado grosero en una fiesta que damos en casa. Está ahí, y es claramente un pesado, pero podemos decidir no hacerle caso y seguir disfrutando de nuestra fiesta. Podemos imaginar nuestro pensamiento aversivo también como pequeña vocecilla que nos dice cosas que nos resultan desagradables, un crítico inoportuno que viene con nosotros allí donde vamos. Pero nosotros somos mucho más que esa vocecilla y podemos tomar de forma consciente la decisión de cuándo hacerle caso. Al final, podemos aprender a defusionarnos de esos pensamientos, tomar distancia, y entender que un pensamiento es únicamente una interpretación de la realidad en un contexto determinado. No tenemos por qué darle un valor de verdad inmutable así porque sí (Hayes, 2016). Ciertamente además, el ser humano no es segmentable. Hace mucho tiempo que el dualismo cartesiano mente-cuerpo no se sostiene. Al final somos un todo, un organismo que interacciona con diferentes contextos de forma constante. Esa forma de interacción puede ser distinta, mediante emociones, pensamientos, respuestas, pero al final se resume en cómo nos comportamos en el entorno, cómo nos relacionamos con él.

A lo largo de todo este texto hemos hablado de diferentes procesos y mecanismos que contribuyen a la flexibilidad cognitiva. La flexibilidad psicológica es la enemiga de esa rigidez mental que nos lleva a la evitación experiencial y la fusión cognitiva, procesos que, muchas veces, nos acaban alejando de aquello que nos importa. Estos son los componentes del hexaflex, un mapa de procesos que, según la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) representan las claves de muchas formas de psicopatología y bloquean nuestra capacidad para relacionarnos de forma adaptativa con el mundo. Desde la terapia ACT, el objetivo es que la persona empiece a hacer cambios en estos procesos, de modo que consiga ser la dueña de su propia vida. Es como si fueramos el conductor de un autobús y tuviéramos que llegar a un destino. No tenemos por qué hacer caso a los pasajeros incómodos que están sentados y nos piden que nos paremos o que hagamos otras cosas, porque nosotros tenemos un destino claro, un valor hacia el que avanzar, y sabemos qué cosas hacer para llegar a él. Esta es la buena noticia: a pesar de estos pasajeros molestos que nos lanzan mensajes incómodos…¡podemos seguir conduciendo en dirección a nuestro destino! (Hayes et al., 2012).

QR Code

Áreas de conocimiento

Asignaturas

Estudios

Archivos

Boletín mensual Virtuam

Si quieres recibir regularmente novedades de nuestra plataforma de publicación de textos, suscríbete gratuitamente a nuestro boletín mensual con las últimas publicaciones en Virtuam y otras noticias de interés.

Servicio de Formación de Usuarios

Biblioguía con la información de los cursos de formación impartidos en las bibliotecas

Compartir esto